domingo, 10 de octubre de 2010

DOLOR DE VECINOS Y AMIGOS

28 / 06 / 10
Diego Bonnefoi no aprendió a caminar de chico, según la leyenda barilochense. Diego no tenía otro destino. Diego no tenía límites. Diego no tenía Estado. Diego podía elegir su destino sudamericano: chorro, policía, pentecostal, pizzero. A Diego lo mataron por la espalda antes de que elija exactamente qué quería ser: por ahora le gustaban las minitas, la calle, estar entre amigos y amanecer despierto. Lo que tenía o no tenía en su mochila el día de su muerte nadie lo va a saber porque nadie se anima a creerle a los que lo mataron. Según las versiones canallas su padre era puntero radical, o su padre era enemigo de los hermanos “Jabalí” (los dueños de la droga en Bariloche, protegidos de la Policía), o su padre era chorro. Desde la puerta de la casa de Diego se ve la comisaría. No lo mató la Policía solamente: lo mataron los uniformados que trabajaban enfrente, a menos de cincuenta metros de su almohada, de su colchón húmedo, de su armario con ropa donada de la iglesia. El sadismo del disparo en la nuca, el sadismo del que oye el ruego (no me mates) y eso es música maravillosa, habla de la intimidad del crimen. Y ese es el secreto de unos días en Bariloche: todo el mundo entiende perfectamente todo. El Canal 6 (¿adivinen de qué grupo?) echa leña al fuego, culpabiliza a la víctima, incita la movilización, es la cobertura de una novela familiar: todos saben todo. De qué lado salieron las balas. Y por qué.Los hechosEl jueves 17 de junio a la madrugada, un oficial de la Policía de Rió Negro ejecutó con un disparo en la nuca a Diego Bonnefoi, un adolescente de 15 años que vivía en el Barrio Pedro Furman, en el Alto de Bariloche. La muerte causó la reacción de los jóvenes del barrio que, en la medida en que se iban enterando del crimen, comenzaron a rodear la comisaría 28. Entonces volaron las piedras, y los uniformados respondieron con una violencia aún mayor. El saldo fue de dos muertos más: Nicolás Carrasco, de 16 años, y Sergio Cárdenas, de 28.El sábado siguiente en el centro de la ciudad se produjo algo imprevisto: la reacción de otros vecinos de Bariloche pidiendo que no desmantelen la comisaría 28 que se ubica en el corazón del Alto de Bariloche. Esas dos escenas (los pibes rompiendo de bronca una comisaría tras los crímenes y los vecinos movilizados contra la inseguridad como si nadie hubiera muerto bajo las balas policiales) son posibles y conviven en el corazón de la ciudad por una sencilla razón: el crimen de Diego parece “justificado”. Ni sus 15 años, ni el desamparo del barrio en que vive, mitigan esa reacción: murió porque debía estar muerto. Y ocurrió en un país donde la Policía sigue matando pibes jóvenes. En todas las provincias, en la ciudad de Buenos Aires, en todos los casos la violencia policial contra los jóvenes pobres es un rasgo estructural de la institución.Lo que pasó en Bariloche esa madrugada en que un suboficial que patrullaba un barrio termina pegándole un tiro en la nuca a un pibe de 15 años no es más que un nuevo episodio de este enfrentamiento entre pobres y policías (que también son pobres). Lo que pasa después, cuando todo el personal policial sale de cacería con balas de plomo y deja dos muertos y decenas de heridos, es el camino que cierra el círculo de la impunidad y de la falta absoluta de gobierno civil sobre las fuerzas de seguridad. Hay tres pibes muertos en Bariloche. Hay una causa, a cargo del prestigiosísimo juez Martín Lozada. Hay toda una estructura policial dedicada al encubrimiento. Hay un poder político provincial que debe pagar.28“Se preparan seis meses, les dan el arma y salen a la calle. Ya es policía.” El tío de Nicolás Carrasco tiene apenas uno o dos años más que su sobrino asesinado. Hace cuentas. Seis meses, dice. Los números empiezan a actuar. “Estábamos de novios hace siete meses”, dice la novia. Las dos veces que intentó hablarnos empezó a llorar (en realidad no llora sino que se le caen la lágrimas de los ojos, lo que vuelve la escena aún más desgarradora). Algunos barrios del Alto llevan como nombre el número de viviendas: barrio 169, barrio 170. En el 169 viven ellos. Otros barrios pobres llevan fechas insignes de la memoria nacional y radical: 10 de diciembre, 2 de abril. Pero el Estado es la comisaría 28. Ese es el Estado que conocen, que palpan a diario. “Le pegaron tres impactos de bala. En la pierna la bala tuvo entrada y salida, en la espalda no, se incrustaron en su cuerpo y fueron las que provocaron que no este acá ahora, lo destrozaron por dentro las balas.” Habla la mamá de Nicolás, que tiene fijados los detalles de una autopsia artesanal. Sabe cosas del cuerpo. “Nicolás tenía 16 años, su vida era re tranquila, le gustaba jugar al fútbol, era de Boca, trabajaba con su papá en plomería, nació acá, siempre estaba en contacto con todos los chicos por más que uno le dijera ‘no te juntes con ese por que no me gusta’, no estudiaba, terminó el primario y se puso a trabajar.”El tío de Nicolás habla de Diego Bonnefoi: “era re mujeriego, tenía 15 años, tenia facha, el más bonito del barrio, andaba con pibas. Lo tenían visto más que nada por el hermano. El apellido de ellos era nombrado mayormente por el hermano, el padre, el tío. Pero el andaba con sus amigos, iba al shopping, iba a la escuela, andaba con una pendeja”. En la charla la vida de Diego y Nicolás se cruza todo el tiempo. Hablamos de Nicolás Carrasco pero Diego emerge porque fue el principio de esa cacería. ¿Se conocían? No mucho, según el relato. ¿Por qué murió Nicolás? Porque mientras reprimían salió de su casa. Quiso ir a la casa de la novia a dos cuadras. ¿Qué pasó en el medio? Estaba la Policía, la BORA, una Policía especial, que interviene en los disturbios. Le dispararon. Tal como detalla la madre.Sigue el tío de Nicolás: “El día que mataron a mi sobrino, yo me había levantado a mirar el partido, y se escucharon dos o tres escopetazos, mi hermana me dice ‘hay tres policías acá en la calle’, ya estaban rodeando la manzana y en la cuadra estaban los BORA. Vos querías ir para allá y no te dejaban, fuimos a ver qué pasaba y nos enteramos de que mataron a Diego, y se empezó a juntar gente afuera de la comisaría, indignada. Empezaron a tirar piedras contra la comisaría y yo me prendí también a hacer el aguante, había banda de gente, toda la tarde estuvimos, yo vine, me cambié, me sequé un poco y salí de vuelta, mi sobrino anteriormente había venido a ver qué había pasado y se fue, nosotros seguimos. Entonces, después iba para la casa de su novia, y en ese encontronazo, hicieron una replegada, entraron por esta cuadra, rodeando la manzana, en esa trayectoria le pegaron a él…”.La madre: “La causa abierta por el crimen no tiene nombres al no saber quién le disparó. La Policía dice que había gente particular disparando, y no era así. Está como ‘homicidio’ pero ahí nomás queda. Nosotros hoy salimos a la prensa porque nos dan bronca las cosas que se dicen. Nicolás era alocado, siempre andaba contento, todos eran buenos para él. Ese día le dije ‘¿dónde andabas negro?, no te andes metiendo, hijo, que está re feo’, me dice ‘no pasa nada mami’, yo le digo ‘a ese pibe lo mataron porque andaba robando’. Yo capaz que estoy equivocada ahora, capaz que no era así, y él me dijo ‘mami pero por más que él haya sido lo que haya sido no merece que lo hayan matado como lo mataron’. La madre también oscila entre la inocencia y la culpabilidad, entre el confuso “por algo será” sobre el cuerpo acribillado de Diego, y la sensación de que sobre las otras dos muertes no hay explicación. De allí que su encubrimiento desespere más a la propia Policía que salió a mover sus “hilos” sobre el caldo gordo de la inseguridad.La comisaría 28 hoy es un edificio destruido, un fantasma lleno de los restos de la burocracia policial: un fichero sin cajones, una máquina de escribir en el medio de una habitación vacía, armarios dados vuelta bajo un tinglado. Los barrios del Alto son urbanizaciones hechas por el Instituto de la vivienda de la ciudad hace apenas 20 años pero tienen un nivel de deterioro que impresiona. El estado se fue a la comisaría: la comisaría fue destruida por la gente.Alarmas X-28Miércoles a la noche en el Centro Cívico. A las ocho, frente a la plaza que preside el monumento a Roca, los vecinos se reúnen. Son menos que en las marchas anteriores quizás porque nieva. Llegamos al lugar que es pequeño pero está repleto. Megáfono en mano habla un policía, al lado hay otro agente con la camiseta de la selección debajo de la campera azul. El agente pide por la reconstrucción de la comisaría 28; habla en contra del gatillo fácil y menciona sólo uno de los casos (el primero, el asesinato de Diego Bonnefoi): “hay un agente detenido, que actúe la Justicia”, dice. De las otras dos muertes no habla. El discurso general en la reunión es que de los otros dos casos no se sabe, y ese “no se sabe” exculpa provisoriamente al accionar policial. De repente alguien grita “¡La gente del Alto también está acá!”. Un aplauso cerrado se impone: es cierto, hay gente del Alto. Es más: la mayoría de la gente, esa noche, es del Alto. “El pueblo unido, jamás será vencido”, cantan todos. Una vecina nos reconoce como periodistas y nos dice que ella vive en el Alto, y que en las marchas en apoyo a la Policía no sólo está la gente rica y la clase media de comerciantes de Bariloche “como se muestra en Buenos Aires”. “¡Veintiocho! ¡Veintiocho!” ese es el número cábala que gritan los vecinos que piden orden. Anota el enano marxista que llevamos dentro: “Han vuelto las clases a la política argentina. Las clases, pero fundamentalmente las clases dominantes, y su capacidad de producir hegemonía sobre los sectores medios, y hasta sobre los sectores más castigados.” Hay un dato, de la primera marcha (la del lunes 21) hasta esta, estos vecinos notaron que era necesaria una aclaración: que ellos no piden mano dura ni gatillo fácil.Orden y seguridad: he aquí el menú de las nuevas demandas de la sociedad post industrial. “¡Seguridad, seguridad!” gritan lo reunidos en torno al discurso policial. “Sabés qué pasa, macho. Si el pibe ese era mi hijo, te puedo asegurar que no andaba a esa hora por la calle”, nos dice un gordo grandote, tachero de profesión, a la salida del acto. La mirada se centra sobre la víctima. Entonces le preguntamos por la violencia policial. Dice que está en contra del gatillo fácil, y entonces dice “pero”, y en esa inflexión entra la velada justificación de la violencia, el pedido de seguridad, el reclamo “a los políticos que no hacen nada”. ¿Es posible desarmar el argumento blindado de este buen hombre que acaba de aplaudir al policía con el megáfono en mano? El problema es el Estado, o mejor dicho, su ausencia. Porque ante el desamparo – el tachero exuda desamparo- lo que sigue es la producción del discurso del poder, estos es, la Policía como vector del disciplinamiento social de los pobres.Otro que sale nos interpela: “Yo los conozco a todos, soy del barrio Frutillar. El chico puede cometer errores como cualquiera, el papá también. No es que estamos de acuerdo con que venga la Policía y te muela a palos, acá hablan los policías porque no están los referentes que tenemos en el gobierno. Nosotros necesitamos que en el Alto se abra un gimnasio.” Hay ahí un programa y una intuición de las “soluciones”. Más seguridad es más Estado. Lo dicen como pueden.Lo alto y lo bajo“La ciudad es de todos”, dice Pali, 27 años, habitante del Alto de toda la vida, pero luego agrega, la gente del barrio es trabajadora, por ahí nos dicen “los negritos de arriba”. Ahí se cuela la diferencia, en la formas de andar por la ciudad, en los modos de nombrar al otro (los de “allá”, “los de arriba”). La línea está sugerida. Esa invisibilidad aparente de la demarcación parece ser la condición central de su eficacia. Es una línea que no existe, pero que todos ven.Martín es otro militante del barrio. Es un joven nacido y criado en el Alto de Bariloche. “Hace 27 años que estamos bajo este tipo de políticas de un gobierno radical…” Cerca de la casa de Diego Martín tiene parientes, “siempre lo cruzaba”. “Arriba –dice- tenés barrios chiquitos de 140 viviendas y también el barrio Frutillar donde viven 1.400 familias. Yo me considero un militante, tengo ideales, anhelo cuestiones para equilibrar la balanza, tengo seis hermanos, mi familia es de clase trabajadora.” Su familia son los Pargade: primeros pobladores de la zona, de origen mapuche y francés. “Por el lado materno, Quitrupan, por el lado paterno mi bisabuelo fue soldado de Roca. Pero yo soy argentino.” Martín hace una semana que no para, de arriba abajo, de la reunión a la radio. Hace un frío que duele y él anda con su campera de jean (“tiene corderito”, dice), evidentemente hay algo parecido al dolor y la injusticia que le calienta el pecho.Los funcionarios provinciales (gobernador incluido) venía para la ciudad y ante los episodios rajaron para Viedma, el intendente dice que visitó a las familias de las víctimas y la madre de Nico nos dice que eso es mentira y que ni para el sepelio tenía, si no fuera por el Sindicato de Municipales que la ayudó, la Policía se abroquela, encubre lo que puede y busca legitimidad entre los barilochenses que claman por orden y turismo, todos putean al Canal 6.Mientras eso pasa la sangre de tres pibes baja por la avenida Onelli y recuerda que la cana volvió a matar, una vez más, como siempre.El Foro“Era pura la marcha, bien de derecha, bien clásica. El camión del BORA (la infantería de Río Negro), la gente se tiraba encima, parecía Argentina del ‘78”, así arranca la charla con un grupo de jóvenes del Foro de Comunicación de Bariloche, básicamente, pibes que están al frente de radios comunitarias en los barrios pobres del Alto. Todos están conmocionados por lo que pasó e intentan explicarlo desde su experiencia comunicativa y territorial.“Esta separación entre el Alto y el Centro viene desde siempre, pero se acentuó mucho en los últimos 15 años. Históricamente se fijó en la Brown como un muro que no vemos, invisible, pero que está, siempre se habló de la Brown para arriba y de la Brown para abajo. Y es cierto que hay una persecución hacia los chicos del Alto con gorrita, hay un acoso, te cuentan ‘hoy a la noche me agarraron tres veces, me pidieron el documento’.”“Esta violencia que surgió ahora contra la Policía como institución, evidentemente viene no solamente por estas tres muertes, sino que viene por acumulación de años y de historia. Yo soy profesor de Lengua y trabajo con chicos del barrio que te dicen: ‘Me ven mi cara de indio y me hinchan las bolas, y yo no ando metido en nada, no robo’.”“Hay que distinguir por un lado lo la responsabilidad política, que es un tema político, y por otro la pelea más importante que hay que dar, que es la pelea por el sentido común”, dice uno, otro se suma y agrega un cita de Alcira Argumedo: “La penetración del discurso de los medios es inversamente proporcional a la organización política”, y remata: “creo que eso fue lo que pasó, estamos fragmentados”. Una chica que está sentada, mate en mano, se sale de vaina por intervenir: “Vos escuchas a la gente que dice: ‘nada justifica que rompan vidrieras’ en lugar de decir ‘nada justifica que haya pibes muertos’ y eso lo escuchás de tus vecinos, de tus compañeros de laburo. Además lo que movió mucho para que se movilice gente por la seguridad es el tema de la temporada, una temporada segura, ‘que no nos cague la temporada la muerte de este pibe’.”La charla sigue por el camino de los medios grandes y la construcción del estereotipo. “Las noticias que tenés del Alto son siempre sobre que se están matando, siempre son trágicas, no te pasan las cosas culturales, las cosas buenas que se viven en el Alto”, otra chica completa, lúcidamente, “además el mensaje también es: Diego era hijo de chorros, nieto de chorros y no se dice, era hijo de pobres, nieto de pobres, excluido.”Fuente: Ni a Palos

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